Crónica del viaje a la escuelita de la Comunidad de la Reforma

04 diciembre 2009

Quiero compartir con todos vosotros la CRONICA DEL VIAJE A LA ESCUELITA DE LA COMUNIDAD DE LA REFORMA EN LA COSTA NICARAGUENSE, advirtiendo que un texto redactado por Merche de la CAM, compañera de viaje, junto a José Miguel, José Juan e Ivan de ICNELIA, texto que asumo y firmo como mío (con su permiso) y que refleja de forma notable nuestra experiencia. Enhorabuena Merche y gracias por el texto, tu compañía y amistad.

CRONICA DEL VIAJE A LA ESCUELITA DE LA COMUNIDAD DE LA REFORMA EN LA COSTA NICARAGUENSE

“Cuando se aprobó el proyecto de Icnelia para la construcción de una escuela en una de las comunidades de la selva nicaragüense sabia que casi seguro tendría que ir allí a la finalización de la obra, pero lo que no podía siquiera imaginar era lo que iba a encontrarme al llegar a esta región, remota y casi desconocida para la mayoría de nosotros, en la Costa Atlántica de Nicaragua.

Cuando bajas de la avioneta que te transporta desde Managua te recibe una bocanada de calor húmedo y verdor rabioso que envuelve el pequeño aeropuerto de Bluefields. Caminando hasta la terminal donde apenas puedes resguardarte del sol mientras esperas las maletas, ya empiezas a respirar el ambiente relajado e informal del Caribe.


Bluefields es la capital de la Región Autónoma del Atlántico Sur, y centro base de la ONGD de Santa Pola desde donde se coordina y supervisa todos sus proyectos, incluida la escuelita en La Reforma que ha financiado la Asoc. de Voluntarios CAM.


Si hay algo que define a esta ciudad es el aparente caos que se vive en sus calles: cientos de puestos de venta de comida o frutas tropicales, pequeños comercios de lo más variopinto, viviendas de una sola planta, de madera o cemento con enrejados pintados de colores, solares invadidos por la selva en plena ciudad y caras sonrientes de gente de color: mestizos, creoles, indígenas mezclados con descendientes de esclavos y piratas llegados por mar hace ya siglos. Todo te invade y acoge te hace sentir inmediatamente como si formaras parte de ello, de su vida cotidiana y sin prisas. Pero detrás de esta imagen aparentemente idílica del Caribe se esconde una carencia patente en infraestructuras urbanas, en servicios sociales básicos, en medios para subsistir en un entorno sin industria local, sin comunicaciones fluidas con otras ciudades y prácticamente aislada del resto del país por la selva que la absorbe en cientos de kilómetros a la redonda.
Aun así, esto es la capital. Nada que ver con la vida en las pequeñas comunidades que se han asentado en claros robados a la selva, tratando de sobrevivir a base de una agricultura precaria y una ganadería casi de subsistencia. Comunidades formadas por decenas de casas aisladas donde los niños tienen que caminar todos los días más de una hora para llegar a la escuela, a través de riachuelos, vegetación cerrada y animales peligrosos. Con lluvia, senderos intransitables de fango y serpientes, pequeñas pero mortales en su picadura. Pero aun así van un cole que, en ocasiones, es la propia casa del profesor que se amuebla con unos pocos bancos y una pizarra para hacer las veces de improvisada aula.

Y en este entorno tan duro es donde se proyectó la construcción de una pequeña escuela para unos 30 alumnos, con sus letrinas, su bomba de agua manual, su cercado alrededor para evitar a los animales e incluso espacio en un rincón para unas estanterías y una pequeña biblioteca. Todo un lujo para unos chavales que han de recorrer hasta dos horas de camino para poder llegar hasta allí. Está ubicada en lo que se podría considerar el centro geográfico de la extensa zona que abarca la comunidad, más o menos equidistante a las viviendas de las familias que la componen.

Llegar hasta ella nos llevó todo un día de viaje. A las siete de la mañana salíamos del embarcadero de Bluefields y, cruzando la bahía, nos adentramos rio arriba por el curso del Kukra River. Durante las siete horas del lento navegar de la panga (barquita a motor) pudimos disfrutar del espectáculo de sus orillas: plantas exóticas y desconocidas para nosotros, árboles inmensos, tortugas y pájaros de vivos colores que huían al detectar nuestra presencia, niños que nos saludaban sonrientes desde la ribera del río. A las tres de la tarde llegamos por fin al punto de encuentro con los enviados de la comunidad, encargados de recogernos y guiarnos a través de la selva hasta nuestro destino. A lomos de las bestias, recorrimos senderos embarrados durante unas dos horas en las que los animales, cargados con bultos y personas, se hundían hasta la panza dándonos la impresión de que no lograrían salir de esta continua trampa.

Llegamos casi de noche y apenas pudimos recorrer el lugar, antes de que la oscuridad nos impidiera ver más allá de los escasos metros que alumbraba la linterna. Aun así, pudimos reconocer la escuela, casi terminada, las letrinas, el pozo de agua potable y la cerca que protegería el entorno de los animales que por allí campan a sus anchas: cerdos, mulos, gallinas, bueyes, etc. Tras refrescarnos un poco en el caño del rio y volver al centro de la comunidad rodeados por cientos de luciérnagas, preparamos el proyector -que trajimos desde España hasta la selva- conectado a una pequeña planta electrógena para hacer las delicias de niños y mayores con el pase de una película de dibujos animados. Al acabar, la improvisada sala de cine se convirtió en dormitorio comunal colgando de las vigas las hamacas en las que pasaríamos la noche, mal que bien.

Al día siguiente, a las seis ya estábamos en pie, dispuestos a preparar la escuelita para la inauguración prevista, aprovechando este viaje y aunque no estuviera del todo acabada. El retraso se ha debido sobre todo a que la época de lluvias y el huracán Ida impidieron el secado de la madera. Pero para el comienzo del curso, a finales del próximo febrero, estará totalmente acabada y equipada.

Celebramos una pequeña fiesta con chimbombas (globos), caramelos, juegos y entrega de regalos que traíamos desde casa y se descubrió la placa con su nombre: ESCUELA MAESTRO DON MANUEL MARTINEZ MONERA, en honor a uno de los miembros fundadores de Icnelia y veterano profesor de Santa Pola.

Y, casi sin parar, nos preparamos para emprender el viaje de regreso hasta la ciudad: dos horas más en bestia y siete en panga, esta vez sin tantos bultos pero llenos de satisfacción por ver que algo que se había planeado y financiado desde muy lejos ofrecía a estos niños la posibilidad de recibir una mejor educación.

El regreso fue un tanto azaroso y casi temerario, pues se nos hizo de noche antes de llegar y la panga tuvo que navegar durante la última hora y media, a oscuras totalmente. En contrapartida, nos sentimos privilegiados al contemplar el increíble espectáculo que ofrecía un cielo abierto salpicado por cientos de estrellas y una luna apenas creciente. Inolvidable.

Ha sido toda una experiencia que, aunque te la cuenten, resulta difícil de imaginar si no la vives. Las comunidades de la selva están al otro lado del mundo, es cierto, pero no tan lejos como para que no te sientas afectado por sus carencias. En definitiva, con nuestro pequeñísimo grano de arena hemos conseguido mejorar sus expectativas de futuro ayudándoles a cumplir su sueño.”
Merche

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